nada mejor que un programa
nocturno de intrascendente actualidad
deportiva para conciliar el sueño,
cuando las piernas
han cedido ya a la presión
de un cansancio pretérito y las dudas
están puestas entonces
sobre el whisky
con hielo o la valeriana.
las voces que nada tienen
que decir a menudo resultan
las más sanadoras.
pero no es cuestión de oído, sino
de olvido; tanto
que hasta lo llamo, le busco ahora, le cuento
cosas, como antes hacía
con un dios –y ambos
se portan de manera
idéntica–, y le pido que siempre
haya un ruido que nos estorbe.